Fue aquél el último beso. Mi ciudad apartóse de mi en aquella noche, bajo aquella luz, de aquél poste, en aquella esquina. Era nuestro poste. Besóme por la última vez y gritó tan alto que me desesperé. Y lloré. Y salí. Corrí casos de amor con otras ciudades. Más maduras. Más mujeres. Más crueles. Un poco después aquella luz tembló y apagóse como quien dice adiós. Volvióse entonces para dentro de si misma, arrancandome mis recordaciones más particulares. Juré que la quería, que las otras fueran sólo para hacerle celos. Ella fuera la verdadera, la primera, el amor. Pero ya fue tarde. Mi ciudad cambió. El hormigón tragó todo el barroco en oscuridades neogóticas y ya no consigo encontrar aquél poste apagado, perdido por las esquinas de mi memoria.
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