Los pies cansados ya no necesitan esperar por la batalla. Ya triunfaran la espera. Ya viran pasar cadáveres y más cadáveres de enemigos, algunos de ellos, bien más ganadores que el propio caballero de pies cansados. Es un guardia. Pastora día y noche, horas más ardientes que otras los viejos portales de los sueños. Aquellos portales que llevan al mundo de nuestros abuelos. Portales cerrados a siete llaves bajo la paciencia infinita de los crucigramas diarios. Cruzadas de palabras que vez u otra le lleva través de la memoria, portales adentro. Y allí, con los suyos, no se acuerda de nosotros, en el lado de acá, que así como yo, jamás tendrán estos sueños. E así, de calcetines de fuera, sobre los zapatos, hechándose de menos, el viejo guardia espera en un silencioso llanto por aquél día que pueda, finalmente, bajar guarda y permanecer cada vez más joven en los jardines maravillosos cultivados por sus hermanos y guardados por aquellos portales secretos, fantásticos, invisibles, inexistentes...
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