Artefacto como nuestra manera de experimentar y procesar la ciudad, interpretando Madrid a partir de la información que proviene del ambiente.

lunes, 23 de enero de 2012

"Moncloa, palabra libidinosa. Susurrada por una chica guapa al pié de los oídos, hace un hombre temblar. Si llamas una chica a Moncloa, puedes llevar un puñetazo en la cara. Es mejor tener cuidado con esa palabra..." - João Vieira
Dibujo: Hiroyo Ichikawa
Archipiélago de Madrid
Plano esquemático de transportes terrestres y marítimos


Para acompañar mi artefacto.
Fotografía de Berlín.
"Marcha de Hitler en la Puerta de Brandemburgo"
Hiroyo Ichikawa



Mi ambiente: Ciudad Nakatsugawa
Construyendo "chouchin"
Hiroyo Ichikawa



Madrid, la rutina del día a día y su evasión.

Hombre de Lavapiés.




Lavapiés es a día de hoy una zona destinada al ocio nocturno, cuando paseo por sus calles los fines de semana no puedo dejar de recordar cómo era hace diecisiete años.

Ahora es difícil imaginar a todas aquellas familias de etnia gitana que vivían allí, y también a aquellos lugareños a quienes les faltaba alguna que otra extremidad, todo aquello fue borrado por el paso del tiempo.



Beso en Retiro.


Si alguna vez ha visitado Madrid es posible que haya visitado el parque del Buen Retiro. Si bien no es un parque muy grande, sí que es un parque lleno personas despreocupadas y felices.

Probablemente lo más bonito sea tomar asiento en algún banco para ver el atardecer, es entonces cuando ciertas personas sienten una necesidad irresistible de juntarse los labios para no hablar y así apreciar mejor ese momento.


Baile en Nuevos Ministerios.


La lucha del cuerpo que baila al ritmo de la música para habitar un espacio dominado por edificios de oficinas es un ritual que sin duda se lleva dando en la zona de Nuevos Ministerios ya desde la década de los ochenta, reinvindicando otra forma de vivir la calle al margen del consumismo.




jueves, 12 de enero de 2012

Divina arte urbana


Tiempo. Quizá el más bello de los Dioses. Quizá el minos recordado, el minos alabado. Pinta él mismo con la suciedad del día-a-día las inscripciones murales de su culto. Silencioso y sincero. Por veces figuras indescifrables surgen tranquilamente, día tras día, en los muros de nuestras limitaciones. Pero es que somos nosotros incapaces de comprenderlas. Oscurecidos frente el culto de otros dioses más famosos. Pero es complicado entender un Dios tan lindo y impasible que comunicase través de tanta arte urbana. Arte humilde pero grandiosa para quien sabe degustar agradablemente su Criador.


Las hojas secas



De inviernos se formaba su rostro. Las hojas bajaban secas como se la frialdad de las piedras pasasen a nuestra convivencia. Y cuando hablo en piedras estoy hablando de arquitecturas. Construidas de inviernos; mudas, introspectivas. Aquellas hojas secas eran la prueba de que el frío era una imposición de los tiempos. De los nuevos tiempos. Silenciosos. Calles vacías. Casas vacías. Oí cuando aquella hoja desplegóse de su rama y cayó silenciosa sobre el frío suelo de piedra. Melancólico, en silencio continuó dominando las piedras de mi ciudad. Sólo yo, me acuerdo, intenté gritar. Esbozar un sonido. Mientras tanto, en su casco externo aquella misma calle gritaba extenuada. Caravasares compuestos de superfluos mostrabanse coloridos, mientras yo me callaba. Perdido. Quizá por esto esta sea una ciudad donde el verano domina soberano. 

Último beso


Fue aquél el último beso. Mi ciudad apartóse de mi en aquella noche, bajo aquella luz, de aquél poste, en aquella esquina. Era nuestro poste. Besóme por la última vez y gritó tan alto que me desesperé. Y lloré. Y salí. Corrí casos de amor con otras ciudades. Más maduras. Más mujeres. Más crueles. Un poco después aquella luz tembló y apagóse como quien dice adiós. Volvióse entonces para dentro de si misma, arrancandome mis recordaciones más particulares. Juré que la quería, que las otras fueran sólo para hacerle celos. Ella fuera la verdadera, la primera, el amor. Pero ya fue tarde. Mi ciudad cambió. El hormigón tragó todo el barroco en oscuridades neogóticas y ya no consigo encontrar aquél poste apagado, perdido por las esquinas de mi memoria.

Los portales del mundo



Los pies cansados ya no necesitan esperar por la batalla. Ya triunfaran la espera. Ya viran pasar cadáveres y más cadáveres de enemigos, algunos de ellos, bien más ganadores que el propio caballero de pies cansados. Es un guardia. Pastora día y noche, horas más ardientes que otras los viejos portales de los sueños. Aquellos portales que llevan al mundo de nuestros abuelos. Portales cerrados a siete llaves bajo la paciencia infinita de los crucigramas diarios. Cruzadas de palabras que vez u otra le lleva través de la memoria, portales adentro. Y allí, con los suyos, no se acuerda de nosotros, en el lado de acá, que así como yo, jamás tendrán estos sueños. E así, de calcetines de fuera, sobre los zapatos, hechándose de menos, el viejo guardia espera en un silencioso llanto por aquél día que pueda, finalmente, bajar guarda y permanecer cada vez más joven en los jardines maravillosos cultivados por sus hermanos y guardados por aquellos portales secretos, fantásticos, invisibles, inexistentes...

martes, 10 de enero de 2012

Las luces


Eran otras épocas. Fue un tiempo en que se ataban los perros con chorizo. Mi Madrid se adornaba como una linda mujer de pechos tiernos que va a la calle reírse de los deseos. Se iluminaba de tonos pasteles, sobrios, penumbras de imaginación. Nuestras sombras ganaban vida y bailaban ligeramente, independiente de nosotros. Los postes en las calles eran como pendientes de perlas, a caer, se olvidando de la gravedad, de sus orejas calientes, que susurraban a las nuestras bocas Moncloas de libidos. No sé lo que pasó. Hay una falla en mi memoria y hoy me llegan sólo herrumbres de un pasado brillante. La luz dorada parece quemar las neuronas de la historia, de manera que aquellas Moncloas deseosas de pasión nos sorprenden a cada soplo caliente de los autobuses veloces, a cada freno del metro subterráneo, trayendo un vigor desmedido directo de las entrañas. Hoy el amor arde, de fuera para dentro. Una bofetada en el pie de la oreja que hace emerger tranquilamente, en lapsos, aquellas memorias, que de tan románticas, prefieren permanecer adormidas a la espera de quien sabe...