Eran otras épocas. Fue un tiempo en que se ataban los perros con chorizo. Mi Madrid se adornaba como una linda mujer de pechos tiernos que va a la calle reírse de los deseos. Se iluminaba de tonos pasteles, sobrios, penumbras de imaginación. Nuestras sombras ganaban vida y bailaban ligeramente, independiente de nosotros. Los postes en las calles eran como pendientes de perlas, a caer, se olvidando de la gravedad, de sus orejas calientes, que susurraban a las nuestras bocas Moncloas de libidos. No sé lo que pasó. Hay una falla en mi memoria y hoy me llegan sólo herrumbres de un pasado brillante. La luz dorada parece quemar las neuronas de la historia, de manera que aquellas Moncloas deseosas de pasión nos sorprenden a cada soplo caliente de los autobuses veloces, a cada freno del metro subterráneo, trayendo un vigor desmedido directo de las entrañas. Hoy el amor arde, de fuera para dentro. Una bofetada en el pie de la oreja que hace emerger tranquilamente, en lapsos, aquellas memorias, que de tan románticas, prefieren permanecer adormidas a la espera de quien sabe...
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